Teresa Kistoff se aferró a su resolución de no compartir la paternidad de su anhelado hijo con un completo desconocido, y mucho menos considerar la posibilidad de casarse con él. La conexión entre Nicholas Brown y su embarazo era el resultado de una donación involuntaria de esperma a un banco de semen. A medida que las tiernas caricias de Nicholas despertaban el deseo en el cuerpo de Teresa, ésta se daba cuenta de que los avances médicos y un simple certificado de matrimonio no bastaban para construir una verdadera familia.
Nicolás estaba decidido a ser padre y ninguna terquedad por parte de Teresa podía detenerle. Al fin y al cabo, Teresa estaba embarazada de él y, aunque lamentaba que la concepción no hubiera seguido el método tradicional, estaba dispuesta a cambiar esta realidad a la primera oportunidad. Ambos se enzarzaron en una intrincada danza de deseos, expectativas y obstáculos, luchando por encontrar un equilibrio entre sus deseos personales y la construcción de una familia que, en cierto modo, ya había empezado a formarse de un modo inusual.
